No nos debemos llevar a engaño sobre los fogonazos republicanos que están siendo encendidos por parte de ciertos grupos nacionalistas. En primer lugar porque lo de menos para ellos es la república. Cuando queman la bandera española o el retrato del Rey no piensan tanto en términos de monarquía o república, como en quemar el adjetivo de estos símbolos. Los queman no por ser símbolos monárquicos, que también, sino por ser símbolos españoles. Para estos energúmenos lo de menos es la naturaleza política de nuestro Estado; lo malo es que sea español. Y a falta de votos y aliento popular se sirven de las teas encendidas como atajo para salir en los medios de comunicación y como aliento para proceder a acciones violentas contra quienes no pensamos como ellos.
Pero siendo todo esto grave, que lo es, mucho más grave es la irresponsabilidad de una clase política catalana que, con contadas excepciones, se ha apuntado al carro de reírles las gracias a estos jóvenes nacionalistas, que han crecido en un ambiente de desprecio institucionalizado por lo español. Unos sentimientos alentados desde el sistema educativo y desde el discurso dominante, que chocan con la realidad de un país que tiene profundas raíces en el resto de España y que no puede entenderse sin esa España que los nacionalistas desprecian y pretenden ignorar. De tal manera que, al final, el sueño soberanista acaba produciendo un mal despertar al enfrentarse con la realidad de un país que está cambiando de forma acelerada y no precisamente en dirección a la Cataluña homogénea y nacionalista que siempre soñó Jordi Pujol y sus herederos. Y eso provoca frustración y de esa frustración vienen estos fuegos.
Ahora algunos salen del mal paso que han dado, poniendo el énfasis en lo que ha representado la monarquía para Cataluña y para el conjunto de España y en los valores excepcionales de nuestro monarca, que han sido determinantes en momentos especialmente difíciles de nuestra transición democrática. Yo comparto esta visión del servicio prestado por la monarquía, pero creo que la fuerza de esta institución no está sólo en el pasado o en la personalidad única de nuestro soberano, sino en que es hoy una institución útil y eficaz para simbolizar lo que somos los españoles, como nación soberana, por encima de las controversias partidistas.
Esa es la grandeza de la monarquía, que está por encima de la política de partidos, lo que no puede decir ningún régimen republicano, por muchas que sean las virtudes de sus titulares. Los reyes en las monarquías democráticas hacen del reinar y no gobernar un arte de simbolizar y unir los corazones de una nación, de hacer presentes en imágenes y en gestos aquello que nos une, que está por encima de las controversias entre partidos.